¿Somos “gatos de Schrödinger”?

La mecánica cuántica es un campo que, para la mayoría de nosotros (y me atrevería a decir que para la mayoría en general) resulta, cuando menos, difícil de entender.
Sin embargo, la entendamos o no la entendamos, la mayoría de sus postulados, basados en la probabilidad y la estadística, parecen un buen reflejo de lo que sucede en el mundo físico (¿acaso hay otro?).
La situación generada por la pandemia COVID-19, causada por el coronavirus SARS-CoV-2, quizás podría permitir comprender, a grandes rasgos y de forma poco ortodoxa, uno de los experimentos teóricos más controvertidos de cuantos se han llevado a cabo en el campo de esta rama de la física.
En 1935, el físico austriaco Erwin Rudolf Josef Alexander Schrödinger (lo dejaremos en Schrödinger, que el nombre es muy largo), tras haber recibido el premio Nobel de Física en 1933 y mantener una frecuente relación epistolar con Einstein (para el que la mecánica cuántica era la demostración de que hay fenómenos y leyes naturales que se nos escapan), se inventó un curioso experimento al que se ha llamado “experimento del gato de Schrödinger o “la paradoja de Schrödinger”.
Básicamente, se trata de imaginarse una caja opaca en cuyo interior hay un frasco con un gas venenoso y un dispositivo con una partícula radiactiva. La probabilidad de que la partícula radiactiva se desintegre durante el experimento es 0.5, es decir, el 50 %, y si se desintegra, provoca que se libere el gas venenoso del interior del frasco.
Ahora metemos en esa caja, ya preparada, un gato (no sé si Schrödinger tenía algún tipo de manía o inquina insospechada contra estos felinos) y la cerramos.
El gato no es inmune al veneno del frasco, así que la probabilidad de que el gato muera si el veneno se libera es 1, es decir, el 100 %.
Como la caja es opaca, no podemos saber lo que ha pasado dentro de ella. ¿Se habrá desintegrado la partícula radiactiva? ¿Estará el gato muerto?
Según las premisas del experimento ―recordemos que la probabilidad de que la partícula radiactiva se desintegrase era de 0.5― la probabilidad de que el gato esté muerto es la misma que la de que esté vivo, es decir, la mitad, 0.5. Eso no significa que el gato esté medio vivo o medio muerto. El gato solo puede estar en una de las dos situaciones, o vivo o muerto.
Los postulados teóricos de la mecánica cuántica nos indican que el gato que está dentro de la caja está vivo y muerto a la vez, puesto que ambos estados tienen la misma probabilidad. Pero eso es intuitivamente muy difícil de comprender, puesto que nuestra experiencia real nos indica que ese gato debe estar vivo o muerto, pero no ambas cosas a la vez, pero no podemos saberlo con certeza porque no lo podemos ver.

Collage Schrödinger, coronavirus y Guspirus.
Cambiemos ahora los protagonistas y el medio planteado por Schrödinger y tomemos elementos más actuales y comprensibles.
Cambiemos la caja por nuestro modelo social y económico, el gato por cualquiera de nosotros, el frasco con gas venenoso por nuestro epitelio pulmonar y, para redondear el elenco, cambiemos también la partícula radiactiva por la partícula vírica del maldito SARS-CoV-2.
Debemos tener en cuenta, sin embargo, que hay una “sutil” diferencia. Schrödinger jugó con ventaja. Él se inventó el experimento y puso la condición de que la probabilidad de que la partícula se desintegrase era 0.5, cosa que en nuestro experimento no parece cierta.
Ahora hagámonos la misma pregunta: ¿está el gato vivo o está muerto? ¿Estoy infectado o no?
No podemos estar infectados y no infectados al mismo tiempo (o eso es lo que nuestra intuición nos obliga a pensar), así que ¿cómo despejar las dudas? La única manera que tenemos para hacerlo es abriendo la caja o, en nuestro caso, haciéndonos la prueba.
¿Universos paralelos o universos para lelos?
En 1957, un físico estadounidense llamado Hugh Everett III propuso una teoría para no tener que condenar al gato: la teoría de los “universos paralelos” o de los “universos múltiples”.
Según Everett, el gato sí que está vivo y muerto al mismo tiempo, pero en universos distintos. Es decir, en un universo puede estar vivo (no se ha desintegrado la partícula radiactiva) mientras que en otro universo puede estar muerto (la partícula radiactiva se ha desintegrado).
Difícil de entender ¿eh? Pues sí, muy difícil. Pero es que a los físicos teóricos les gustan estas cosas. Son “contraintuitivos”, como ellos mismos se definen en ocasiones (y que me perdonen los físicos teóricos, nada más lejos de mi intención que faltarles al respeto).
Creo que la mayoría de nosotros nos quedamos lelos, alelados, zurumbáticos o pasmados ante tales elucubraciones teóricas, y para intentar comprenderlas (al menos mínimamente) necesitamos transformarlas en algo más comprensible.
Utilizando la terminología de la física teórica, quizás podríamos decir que necesitamos utilizar la “decoherencia cuántica” para convertir un fenómeno cuántico en un fenómeno clásico, un fenómeno explicable por la física clásica, la de toda la vida, la de Sir Isaac Newton, la del principio de acción-reacción.
Por eso necesitamos abrir la caja y comprobar qué ha pasado, y no en múltiples universos paralelos “everetianos”, sino en este universo clásico “newtoniano” en el que intuimos que desarrollamos nuestra existencia aunque a duras penas lo comprendamos.
Por eso necesitamos que los datos que se nos ofrecen sean datos reales y estén extraídos de la observación de fenómenos reales clásicamente cuantificables y en condiciones comparables. Solo de esa manera las conclusiones serán coherentes y no necesitaremos viajar a “otros universos” para evadir la responsabilidad de abrir la caja en este.
Por desgracia esa no parece ser la situación actual. Basta con ver, escuchar o leer las informaciones que nos ofrece la mayoría de los medios de comunicación para darnos cuenta de que las conclusiones no son coherentes. Las conclusiones coherentes solo las obtendremos si utilizamos el mismo tipo de datos, es decir, si utilizamos los resultados de experimentos llevados a cabo en las mismas condiciones. Y no es eso lo que está sucediendo.
Las mayor parte de las interpretaciones estadísticas (tan manidas últimamente) que se nos ofrecen sobre la evolución de la COVID-19 son, cuando menos, falsarias y no nos permiten adquirir una visión clara de la misma.
Es más, parece que nuestros medios de comunicación se han hecho “everetianos”, puesto que cada uno de ellos vive en un universo diferente. Un universo dominado por un nuevo tipo de física que no es ni cuántica ni clásica sino partidista, y cuyas leyes responden al interés particular de cada grupo.
Y mientras ellos nos ofrecen la visión de sus multiversos particulares nosotros seguimos aquí, esperando poder abrir la caja en este universo nuestro para saber si el gato está vivo o muerto.

Comentarios

  1. Real como la vida misma. Es un decir, porque después de leer el texto no sé si la vida es real o no. Pero sí lo es la incoherencia política y la coherencia partidista de los medios de comunicación. A quién creer, cuántos expertos hay, cuántos hablan, cuánto saben. De quien tenemos que fiarnos? De mantener nuestra coherencia y sentido común con un criterio dubitativo de todo lo que nos llega

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    1. Pues sí, Carmen. Hoy acabo de oír en la radio que alguien ha pensado algo parecido y están empezando a pedir que los datos sean comparables, es decir, que no procedan de universos paralelos. Resulta curioso que con tanto experto mediático nadie hubiera reparado antes en la necesidad de tener una base de datos homogénea para poder extraer conclusiones, sobre todo tratándose de un tema puramente estadístico, cuando esa es una de las características que debe cumplir cualquier estudio de este tipo. En fin... Un abrazo.

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